Diez expedicionarios se internaron en las indómitas selvas de nuestra provincia.
. Atravesaron torrentosos ríos y montañas repletas de follaje y serpientes, desafiaron el frío y la lluvia, pero lograron su cometido.
Aspiraron el aire como ciervos asustados.-En ese momento, José Luis Valderrama, el empresario televisivo y de publicidad que había organizado ésta expedición, recordó lo que le había dicho diez años antes -mirándola a los ojos- a su esposa Ximena, cuando se mudaron a Miami.
“Todos los años voy a regresar a hacer una expedición en mi país”, le dijo. Hasta entonces había cumplido religiosamente. Todas sus excursiones al Perú profundo fueron afortunadas. No podía fallar ahora. “Hay que hacer un pago a la tierra”, escuchó que decía tímidamente Jaime Echeverría, un guía local. José Luís se sumó a la moción con entusiasmo renovado. ¿Qué iban a perder?
Aunque parezca increíble para las mentes cartesianas de nuestro mundo, el sortilegio funcionó. Luego de que cada integrante de la expedición pusiera algo de su pertenencia, y después enterraran todo, junto dentro de la tierra, en medio de oraciones internas dirigidas a un ser superior, la lluvia se aplacó y tuvieron buen clima y harto sol hasta el fin de la travesía. Ahora sí, no había excusas para no ir en busca del Gran Saposoa.
Fuente: Alvaro Rocha.-Revista Rumbos.-La Republica.
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